miércoles, 13 de mayo de 2009

CUENTO DE BEATRIZ

LA PAREJA HECHIZADA

En un tiempo lejano, de héroes y princesas, un mago llamado Morfeo, se convirtió en el único ser que podía hacer ganar al amor. Caminaba herrante en busca de seres a los que ayudar y hacía grandes amigos allí por donde pasaba. Poseía un don muy especial y dedicaba su vida a utilizarlo, siempre para el bien de todos los seres. Un hombre bueno. Más no todo eran héroes, princesas y magos, también había brujos y brujas dedicados a extender el mal. Dos de ellos se unieron para impedir una profecía que decía lo siguiente: “De la unión de amor puro de una joven pareja, naceran dos seres puros que acabaran con el mal en el mundo”. El Brujo, llamado Lusendo, amargado y egoísta, por medio de artes oscuras encontró a la pareja. Secuestró a la joven y con un maleficio la condenó a no poder amar. La Bruja, llamada Cruenta, se llevó al joven y con otro maleficio le hizo olvidar y confundió su mente para que todo le pareciera malo y difícil. Morfeo, amigo del alma de la joven pareja, al enterarse de lo ocurrido, buscó primero a Beatriz con la esperanza de que no fuera tarde y pudiera resembrar el amor en su corazón. Después, marchó en busca de Carlos para guiarle y ayudarle en su misión de salvar el Amor y convertir la profecía en realidad.

En un pueblo llamado Moratalaz un muchacho llamado Carlos jugaba con otros chavales de más o menos su edad. A pesar de las penalidades que le hacía pasar su madre, Carlos seguía siendo increíblemente creativo y muy divertido. Sus amigos se lo pasaban genial, pues cuando jugaban a caballeros, él hacía los ruidos de cascos de caballos, y lo hacía tan bien que era muy fácil imaginar que sus palos eran caballos de verdad. Para Carlos era tan sencillo hacer ruiditos, que no le parecía que fuera algo fantástico. Cuando sus amigos le decían entusiasmados una y otra vez que era genial lo que sabía hacer, él pensaba que se burlaban de él, porque creía que cualquiera podía hacerlo, no era nada especial. Esa desconfianza era lo que su madre, llamada Cruenta, había sembrado a base de decirle que no era importante, ni especial, que no tenía ninguna cualidad. Lo obligaba a trabajar de sol a sol y la excusa para no trabajar ella era que estaba enferma desde siempre. Así, mientras los demás jugaban, él trabajaba y raro era el día, como aquél, en que podía jugar con sus amigos pues Cruenta se ocupaba de que así fuera. Lo que Cruenta no sabía es que no hacía mucho que un mago llamado Morfeo, al que en el pueblo consideraban un loco por las teorías que proclamaba, había llegado desde un lejano lugar. Morfeo buscó incansable durante varios días, hasta que por fin, vio a Carlos montando un puesto en el mercado. Se acercó con la esperanza de que lo reconociera, más no fue así, Carlos lo miraba indiferente mientras pensaba que necesitaba vender porque si no, su madre, se la iba a montar muy gorda. Cambió entonces la estrategia y comenzó una alegre charla para entablar amistad. Durante varias semanas, Morfeo fue a su puesto a charlar y a comentar con él sus teorías. Carlos se mostraba atento y receptivo a todo cuanto le contaba. Un día le preguntó que cómo le iba la vida, si pensaba que era feliz, y Carlos, liberándose de una gran carga le contó la verdad, que tenía que trabajar mucho y no recibía nada, que se sentía explotado y tremendamente triste. Morfeo le dijo que podía ayudarle, pero le avisó de antemano que no sería fácil porque tendría que enfrentarse a muchas dificultades. Carlos deseaba ser feliz por encima de todo, por ello aceptó su ayuda sin dudar. Morfeo le explicó lo que en esencia era un hombre y una mujer, el poder que tenía el amor y que lo que hace felices a los hombres es el amor de las mujeres. Le contó, que para conseguir el amor de las mujeres el hombre ha de entregarse a ellas al 100%, arriesgando la vida si es necesario. Carlos dudaba de las palabras de Morfeo, pues su madre era una mujer y él se había entregado a amarla al 100% siempre, sin embargo, ella no mostraba el más mínimo aprecio o amor hacia su persona. Y tal cual lo pensó se lo dijo a Morfeo, que le respondió – Algunas mujeres, al igual que algunos hombres, eligen no amar. Unas veces por despecho, otras porque creen que su amor no vale. Te ha tocado vivir con una mujer, que despechada, se está vengando contigo. No lo mereces, nadie lo merece, ni si quiera ella cuando le sucedió, sin embargo, todos somos dueños de nuestra vida y de nuestro amor y todos podemos elegir entregarlo sin importar cuán dura haya sido nuestra existencia. ¿Comprendes lo que digo? – Ciertamente había comprendido y ahora todo estaba más claro. No es que no mereciera el amor, es que su madre lo castigaba por no haber recibido lo que ella esperaba de un hombre. Carlos sintió un profundo gozo al oír sus palabras, y comprender por qué su madre le hacía la vida imposible. Una fuerza y convicción inusitadas aparecieron en su interior y decidió, en ese instante, que buscaría a la mujer de su vida y se entregaría al 100%, le daría todo cuanto ella necesitara para ser feliz. – Morfeo, deseo amar a una mujer, ¿puedes ayudarme?. – Morfeo respondió - Puedo enseñarte. Existe una Dama que necesita que un hombre se entregue incondicionalmente a cumplir aquello que ella pida. De esta forma el maleficio del que es presa quedará roto y ella será libre para amar de nuevo – Morfeo le observó atentamente en busca de dudas. Solo vio firme decisión en su mirada. -¿Cuándo nos vamos? – Preguntó Carlos. – Lo antes posible – dijo Morfeo – no nos queda mucho tiempo. Tenemos que ir al noroeste, allí vive Beatriz. Has de ir en su busca y superar todas las posibles trabas del camino y al llegar a su presencia te pedirá algo que solo tú puedes darle, si lo haces, el maleficio se romperá y ella quedará libre para disfrutar del amor y entregárselo al hombre de su vida. - ¿puedo preguntar quién es ese hombre al que ella ama? – Preguntó Carlos, con la esperanza de que le dijera, tú. – No pudo responderme, el maleficio no le permitía hablar de él, solo me dijo que era excepcional, y que ansiaba ser rescatada para volver a unirse a él. – Carlos se quedó ligeramente decepcionado, se había ilusionado, por un momento, con ser él ese hombre.

Marchó a la mañana siguiente con las pocas pertenencias que tenía, a su madre le dio la oportunidad de mostrarle el afecto que él merecía, pero Cruenta, consciente de que se le estaba yendo de las manos, se negó, esperaba que esta última estocada lo dejara destrozado. No funcionó. Carlos había desarrollado una fuerza desconocida. Cruenta decidió dejarlo marchar sin hacer nada, lo seguiría y le pondría tantas trabas como pudiera en el camino. También le mandó un mensaje a Lusendo donde le avisaba y le pedía que estuviera cerca de Beatriz para impedir que se volvieran a unir.

Comenzaron su viaje, Morfeo lo acompañaría una parte del camino, llegados a un punto tendría que seguir solo.
Al cabo de varios días de camino, llegaron a un precipicio entre las montañas atravesado por un puente. Carlos, al ver el estado del puente, se asustó y pensó que había que estar loco para cruzarlo Estaba hecho con cuerdas y maderas, muchas de las cuales estaban rotas o corroídas por las inclemencias del tiempo, le pareció que el viaje iba a terminar muy pronto pues no veía otra forma de cruzar al otro lado. Miró a Morfeo que caminaba a su lado pero al ver que no se inmutaba ante lo que se les avecinaba le preguntó - ¿qué vamos a hacer?.- Morfeo, extrañado por la pregunta le dijo – Pues vamos a cruzar el puente.
- ¡Pero te has dado cuenta de cómo está ese puente! –Dijo Carlos fuera de sí. Morfeo miró el puente, y después a Carlos y muy tranquilo le dijo – Lo veo perfectamente y me parece que es totalmente seguro ¿qué es lo que temes? – Le preguntó - Temo que se caiga en cuanto pongamos un pie encima, esas cuerdas están totalmente raídas y las maderas podridas – fue entonces cuando Morfeo se dio cuenta de lo que pasaba. Carlos estaba siendo engañado, veía un puente en ruinas cuando lo que en realidad tenían delante era un perfecto puente de piedra, con sólidas barandillas a cada lado y duras losas en el suelo. Algo no andaba bien, pensó Morfeo, los brujos están cerca. Morfeo, con infinita calma, le explicó a Carlos que estaba siendo presa de un encantamiento que no le permitía ver la realidad. Le dijo que el puente era seguro, aunque a sus ojos no lo pareciera. – Pasaré yo delante para que veas que no existe peligro – y se encaminó hacia el otro lado sin mirar atrás. Carlos miró acongojado cómo Morfeo caminaba alegremente por un puente que se balanceaba sin parar de un lado a otro y perdía maderas aquí y allá. Ya en el otro lado Morfeo se giró y con un gesto de la mano lo animó a que cruzara él también.
La mente de Carlos gritaba ¡no lo hagas, te caerás y te matarás, ese viejo sin duda te engaña! ¡por qué has dejado la seguridad del hogar! ¡estás loco!, Sin embargo, otra voz trataba de hacerse oír, era suave, firme y segura, “lo que dice Morfeo es cierto, el puente es seguro, él ha cruzado, ¿dejarás pasar la vida sin intentar ser feliz por hacer caso a una falsa ilusión?”. – No - se dijo a sí mismo. He decidido ayudar a la princesa y eso es lo que voy a hacer aunque muera en el intento. Avanzó un paso, el puente se movió a un lado y otro, lo ignoró y avanzó otro paso, y luego otro y al siguiente una madera crujió peligrosamente, no hizo caso y siguió otro paso y luego otro. El vértigo lo hacía sentirse mareado, le costaba respirar, su corazón latía descontrolado por el miedo pero no aminoró el paso, continuó paso a paso hasta que, frente a Morfeo, éste le tendió la mano y Carlos la agarró sintiéndose inmensamente feliz de haberlo logrado.
- Mira hacia atrás Carlos – le dijo Morfeo con una sonrisa. Carlos se giró y tuvo que agarrarse al hombro de Morfeo para no caer por la impresión. Un enorme puente de piedra, el más sólido que jamás había visto, con gruesas barandillas a cada lado, unía ambos lados. No había ni rastro del raído puente que segundos antes creía haber cruzado. – Lo has hecho muy bien. ¡Enhorabuena!. He de decirte que no te confíes, una mente hechizada puede crear verdaderos horrores y solo podrás anularlos si confías en ti mismo y te dejas llevar siempre por el Amor.
Continuaron caminando rumbo al noroeste, era un camino con bastante pendiente hacia arriba por lo que caminaban despacio y hablaban poco. Comenzaban a estar cansados y decidieron parar unos metros más adelante porque estarían más protegidos del calor. Allí, sentados a la sombra de un gran árbol se pusieron a comer. Una vez saciada el hambre, a Carlos le surgieron preguntas acerca del camino y lo que les esperaba. Morfeo no le contó gran cosa, para él, ese camino también era desconocido. Siguieron avanzando hasta que llegaron al pie de una enorme cascada que tendría unos 200 metros de caída, abajo, en la orilla de enfrente, un pequeño camino se abría paso entre la espesura del bosque. Morfeo le comunicó que tenían que ir por aquél camino. Carlos se quedó boquiabierto y un inmenso terror se apoderó de él. ¿Cómo iban a bajar? Las laderas eran totalmente lisas por lo que la única opción que veía era la de saltar desde lo alto de la cascada, pero con tanta altura, se iban a matar. Miró a Morfeo, parecía ajeno al peligro que corrían, estaba totalmente tranquilo y observaba el paisaje con plena satisfacción. No parecía importarle el tamaño de la cascada.
- Bueno Carlos- dijo sonriente- ¿preparado para disfrutar del chapuzón?
- ¿Estas loco? ¡No podemos saltar! ¿No hay otra forma de bajar?
- De nuevo te engaña tu mente, no es peligroso en absoluto, solo nos tendremos que mojar un poco, y ya sé que es incómodo pero es lo que hay que hacer.
Carlos se dio cuenta de que no tenía alternativa, no quería volver a su vida de antes, no quería volver al seno de un hogar donde no recibía amor, quería encontrar a la princesa y ayudarla, quería aprender a Amar a las mujeres para poder encontrar la suya, así que, fuera o no cierto que no corría peligro al saltar tenía que hacerlo. Morfeo estaba en ese momento remangándose los pantalones para mojárselos lo menos posible, Carlos se rió pensando, que dada la altura, no le iba a servir de mucho.
- ¿Listo? – Dijo Morfeo con sus pantalones totalmente remangados. Carlos asintió una vez con la cabeza – pues adelante – y saltó. Carlos lo vio caer y perderse entre la espesa espuma que formaba el agua al caer con fuerza. Por un momento dudó de poder conseguirlo y pensó en regresar y vivir lo que le había tocado, la soledad y el desamor de una madre vengativa.
Cruenta, que estaba escondida entre los matorrales, aprovechó esa pequeña debilidad para lanzar un maleficio y confundirlo aún más con la esperanza de hacerlo retroceder. Carlos se quedó mirando al vacío, tenía la mente llena de pensamientos lógicos que le explicaban por qué era mejor volver. Estaba casi convencido de marcharse cuando, sin más, escuchó de nuevo aquella voz suave, firme y segura “quieres y mereces amar y ser amado” y pensó “es verdad, y no lo voy a conseguir si me marcho, es cierto que me juego la vida, pero amar y ser amado es el mayor premio que puedo conseguir”. No quiso pensarlo más, cogió carrerilla y se lanzó al vacío. Cayó durante lo que le pareció una eternidad, y en ese tiempo lo único que llenaba su mente era que existía la posibilidad de sobrevivir a la caída y encontrar el amor. Sus pies tocaron el agua y cogió aire preparado para sumergirse por completo. Carlos tardó unos segundos en darse cuenta de varias cosas: una era que podía respirar, otra era que no se sentía mojado de cintura para arriba y la última era que Morfeo reía a su lado. Abrió los ojos y al comprender, también él comenzó a reírse.
La cascada no era tal, tan solo se trataba de un pequeño desnivel de apenas un metro y medio de altura, el hechizo había actuado de nuevo y había estado a punto de rendirse por un pequeño salto de agua. Suspiró aliviado, contento y orgulloso de sí mismo, pues si bien la cascada no era tal, él valientemente había saltado como si lo fuera.
Tras dos días más de viaje, donde no encontraron traba alguna, Morfeo le anunció que era el momento de separarse. Señaló a lo lejos, y en lo alto de una pequeña colina cubierta de verde césped, se encontraba una pequeña y modesta casa. – Es ahí donde tienes que ir, allí mora la princesa y la última prueba has de superarla tú solo. Ella te pedirá algo y tú, libremente y sin compromiso decidirás si se lo quieres regalar o no. – Carlos asintió y ambos se dieron un abrazo de despedida.
Cruenta observaba la escena escondida, estaba rabiosa, no había conseguido hacerlo desistir y el tiempo se le acababa. Decidió cambiar su estrategia y además de hechizarlo de nuevo en cuanto bajara la guardia, le envió otro mensaje a Luyendo, pidiéndole que hechizara a la princesa y ésta le pidiera algo casi imposible de regalar. No tardó en recibir respuesta de Lusendo diciéndole que ya estaba hecho.

A Carlos no le llevó mucho tiempo llegar a la puerta de la modesta casa. Se quedó unos instantes observando todo a su alrededor. Pensaba que una princesa viviría en un lujoso castillo, rodeado de hermosos jardines, supuso que tendría muchos caballos, y criados. Allí no había nada, ni nadie, tan solo la pequeña casa. Lo cierto que es que tampoco era importante dónde o cómo viviera, lo importante era ayudarla, así que se lanzó y llamó a la puerta. Escuchó pasos que se acercaban y la puerta se abrió. No estaba preparado para lo que vio. Era bellísima, muy atractiva y con el rostro perfecto, pero era mayor, tendría unos treinta y tantos años, y el rostro mostraba una inmensa tristeza, él pensaba que sería de su edad, si bien era cierto, que Morfeo jamás le había dado ese dato y él no lo había preguntado. Le costó comenzar a hablar pero finalmente lo hizo. – Hola bella Dama, mi nombre es Carlos y me han dicho que necesitáis que alguien os regale aquello que pidáis. - No recibió una cálida bienvenida como había imaginado, la dama lo miró de arriba abajo con el desdén marcado en su rostro. – ¿Vos, un simple muchacho, queréis salvarme? ¿Cuántos años tienes, doce, trece? Yo necesito un hombre. – Carlos se quedó unos instantes descolocado, no esperaba nada de esto más no se acobardó y le dijo – Tengo trece, pero ¿qué puede importar cuántos años tengo? Lo importante es que deseo ayudar y haré lo que sea. – La dama, por un instante estuvo a punto de mandarlo a su casa, menudo crío impertinente. Sin embargo no lo hizo, en su interior escuchaba una voz que le decía “es posible que lo envíe Morfeo”. No conseguía recordar a ningún Morfeo, pero sentía que lo conocía y que era alguien bueno, la simple mención de su nombre hizo que perdiera las ganas de echarlo, después de todo, no perdía nada dejándole intentarlo.

Cruenta continuaba observando, muy satisfecha del efecto del maleficio de Lusendo en la dama, aunque de momento no lo hubiera echado, no parecía que fuera a tardar en hacerlo. Era realmente bueno ese brujo, había conseguido que la dama no recordara nada de su pasado.

Carlos entró en la pequeña casa y una vez se hubo sentado la dama, él hizo lo mismo. – Y bien muchacho, ¿qué pretendes hacer para ayudarme?.
- Sois Vos quien habrá de decírmelo, estoy dispuesto a lo que sea.
- ¿A lo que sea? – Preguntó incrédula. Se quedaron en silencio largo rato. Beatriz pensaba qué era lo que quería que hiciera para salvarla. No recordaba muy bien de qué tenía que ser salvada por lo que le costaba mucho saber qué necesitaba. Una voz potente y autoritaria resonó en su interior diciéndole lo que tenía que pedir, y Beatriz, incapaz de desobedecer se sometió a la petición.
- Bien – comenzó con dureza – lo que quiero es que dediques tu vida a construir para mí un enorme castillo, aquí no hay nadie que te pueda ayudar, así que tú tendrás que conseguir los materiales, tú los pagarás y con tus manos, piedra a piedra, lo harás. – Esta vez otra voz, más dulce, sonó en el interior de Beatriz, le dijo que se le estaba olvidando una cosa importante, ha de hacerlo con alegría y amor, le repetía. Beatriz, desconcertada, se dejó llevar y sin pensarlo de su boca salieron las siguientes palabras – Y una cosa más, hazlo siempre con alegría y amor. ¿Aún quieres ayudarme?. – Carlos se sintió un momento abrumado por la petición. Morfeo le dijo que no sería fácil y no lo era, pero se había formado la idea de que sería algo más sencillo, que lo regalaría y una vez hecho sería libre de marcharse en busca de la mujer de su vida. La Dama, le pedía que entregara su vida, pero se parecía tanto a su madre, que dudó que fuera una buena idea malgastar su vida para seguir sin amor. Aquella voz, proveniente de su mente envenenada, le dijo “no te dejes la vida por una mujer que una vez consiga lo que quiere no te dará nada y marchará con otro, no hagas lo que otro hombre tiene que hacer, márchate y busca a la mujer de tu vida y deja que otro la salve pues no puedes hacerlo sin perder tu oportunidad de vivir”. Era lógico todo lo que aquella voz decía y se encontraba de nuevo ante dos caminos, si se marchaba, podía tener la oportunidad de encontrar una mujer que le amara y a la que amar, pero llevaría en la conciencia el peso de haber abandonado a la princesa, nada le aseguraba que otro hombre fuera a salvarla como lo había hecho él. Si se quedaba, se pasaría el resto de su vida trabajando y sin saber si podría recibir el amor de esta mujer o de cualquier otra, pero su conciencia estaría limpia porque cumpliría su promesa y la Dama tendría la oportunidad de salvarse gracias a su esfuerzo. En aquél crítico momento, la voz dulce de su corazón le recordó lo que había vivido hasta ese momento, cómo su hechizada mente lo había engañado una y otra vez mostrándole enormes cascadas donde solo había pequeños riachuelos. Ya tenía su respuesta.
- Princesa, de camino hacia aquí me he enfrentado dos veces a la posibilidad de morir, y en ambas ocasiones, el impulso de cumplir mi misión de ayudarla, de tener una oportunidad de amar de verdad a una mujer, ha podido con el miedo. No es esta situación diferente, me pedís que emplee toda mi energía y mi vida en construir un enorme castillo para Vos y aunque la tarea parece imposible estoy dispuesto a entregar mi vida en intentarlo. Hacerlo con alegría y amor es fácil, no hay nada que me haga más feliz que ayudarla a cumplir sus sueños e ilusiones, y vuestra belleza me inspira amor. Beatriz, me entrego libremente a la tarea de construir un enorme castillo para Vos con alegría y amor.

Ninguno de los dos estaba preparado para lo que ocurrió. Se escuchó un grito desgarrado en el exterior de la casa – NOOOOOOOOO!!!!!!! – Cruenta se hallaba desconsolada, Lusendo iracundo. Los maleficios se habían roto.
Ante los ojos de Carlos y Beatriz apareció un enorme castillo con hermosos jardines y lujosas fuentes. Paseando por ellos estaban todos sus amigos, incluso Morfeo paseaba al lado de su esposa y su hija. A su lado, dos hermosos niños, sus hijos de almas puras, uno con cuatro años y otro con tan solo unos meses, los observaban riendo de alegría y esperaban con los brazos abiertos a la espera de un enorme abrazo. Carlos y Beatriz se miraron a los ojos, Carlos tenía de nuevo treinta y dos años y ambos podían recordar, ella lloraba de felicidad y Carlos, consciente de que su decisión había salvado la vida de todos ellos, rió como nunca lo había hecho, de su pecho salió la risa más pura y dulce que nadie había escuchado jamás, producto de la enorme felicidad que sentía en su interior. Felicidad de saber que todo eso había salido de su esfuerzo, que era suyo por derecho y que lo merecía porque era un tío excepcional que se jugaba la vida por salvar la vida de todos los seres, fuera o no a recibir algo a cambio. Felicidad al saber y sentir el amor de Beatriz, que ya le había regalado dos hijos jugándose también la vida por la vida. Felicidad de ver lo poderosos que eran ambos y lo que habían conseguido juntos, crear dos vidas maravillosas producto del amor puro que sentían el uno por el otro.

Desde entonces, comieron ecológico y fueron felices para siempre. Sus hijos, al madurar, realizaron la profecía y el amor reinó en el universo para siempre, el mal ya nunca más tuvo oportunidad de aparecer.

Fin.

TEXTO DE CARLOS SÁNCHEZ

CARTAS A ORION

Por ahí anda, silencio, presencia, alma.
Negro, peludo, maullido delator, es Orión.
El gato tumbado patas arriba, tiene calor,
me acerco y me mira, ni se inmuta
pero me vigila.
Tiene Orión un ribete verde que le rodea el iris de sus ojos de color amarillo.
ciruela madura.
El rabo de zorrillo, juguetón, le gusta cazar mi mano y pelear con ella,
me acerco cuando se lava, me mira desaprobadoramente, le doy besos
y me muerde la nariz, ay!
me gusta cuando estoy en la cocina y el entra sigilosamente
y se frota con mis piernas y siento que me quiere, le acaricio,
le peino con la carda y ronronea muy fuerte
y se frota con mi cara con fuerza para que le eche comidita,
te quiero Orión.