DELFINES II
Una mañana nos despertamos en una playa del Jónico.
Pasé mi lengua por los labios salados de mi hombre. Un sol tibio comenzaba a calentar nuestros cuerpos desnudos. En medio de aquel paisaje de olivos y cipreses y de la brisa de azahar nuestras piernas se entrelazaban y nuestras bocas se mordían no muy fuerte, no muy suave. Su boca sabía a mandarina y su piel a algas.
El sonido de las olas, los azules del mar y del cielo, el perfume pegajoso del céfiro y el olor a sexo se fundían en una experiencia casi ancestral, donde mi sentidos resonaban con la energía de las rocas milenarias agolpadas en la costa.
Iré a buscar lo que me pidas, dijo él. Lo que quiero es que no me sueltes, le dije.
Allí me bebí cada gota de su sudor y agarraba con fuerza sus nalgas mientras le gritaba en su mejilla que le necesitaba y que era mi vida. Luego con su cabeza entre mis piernas, el amor de mi alma nos poseía y nuestros cuerpos ardían y sudaban sobre la arena del Mediterráneo.
El licor de su piel me embriagaba y así permanecimos como dos panteras en celo bajo un cielo primaveral surcado por dos águilas perdigueras.
Nos quedamos dormidos a la sombra de un pino, hasta que nos despertó el resplandor de la luna que tantas veces habíamos sentido como nuestra, cada noche que nos habíamos amado entre matas y alimañas.
Imaginé que yo era un hombre ligero y sin culpa y que en un velero rumbo a Itaca, no me importaba amar, en cualquier circunstancia, en cualquier momento, para no dejar a nadie sin la oportunidad de ser amado por un hombre grande, para no dejar a mi alma sin la oportunidad de guiar mi vida.
Le besé con más fuerza, quería que todo lo mío fuera suyo, que todo lo mío y todo el universo fuera para él, y que todo lo suyo y todo el cosmos fuera para mí.
Él se había transformado en un felino ágil y poderoso, de mirada hipnótica, que corría veloz sobre las rompientes de las olas.
Yo era una mujer con la energía de un hombre o una energía de hombre en un alma de mujer, o una mujer que había volado hasta las playas de Corfú.
Dos aves nocturnas se alejaron en la inmensidad de la noche plateada.
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